Nunca me ha resultado fácil
entrevistar a Miguel Sánchez-Ostiz. Por más que prepare la charla,
anotando múltiples vías de salida por si encalla, cuando llega el
momento de la verdad, no puedo evitar la sensación de caminar por
terreno inseguro. Supongo que, en parte, es la certidumbre de que no
voy a estar a la altura de su discurso. Ni en fondo ni en forma. En
fondo, porque me lleva un millón de traineras de cultura general. En
forma, porque él estructura la palabra y los silencios de un modo
impredecible. ¿Ha terminado ya? ¿Sigue? ¿Va a rematar la idea? ¿La
deja en suspenso? Uno se siente como un tenista dubitativo al resto,
condenado a la precipitación o a llegar irremisiblemente tarde. Y a
pesar de todas esas complicaciones, o precisamente por ellas, cada
vez que encuentro una mínima excusa para conversar con Miguel, me
lanzo en plancha.
Esta vez ha sido la publicación de Con las cartas marcadas (Pamiela). Casi todo lo que veáis por ahí
sobre este libro os puede llamar a engaño. Diría que incluso la
nota de la contraportada se queda corta. Me explico: podría dar la
impresión de que se trata de una recopilación de escritos de cariz
político, al estilo de El asco indecible. Ciertamente es también
eso, pero además, un dietario cien por ciento Sánchez-Ostiz. Las
notas biliosas sobre la actualidad comparten espacio con reflexiones
a vuela pluma, apuntes eruditos o nostálgicos, pensamientos,
divagaciones, humoradas, crónicas viajeras, estampas del natural...
La lectura que hace sobre toda una sociedad a la luz de 10 millones de votos sin citar contexto alguno me parece más una provocación que una reflexión. Las inquietudes, incluso alguna de las dudas que manifiesta Miguel Sánchez-Ostiz las podría compartir, pero no así sus comentarios, que parecen más bien pensados para cerrar cualquier posibilidad de entendimiento.
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